martes, 28 de agosto de 2012

Reseña del profesor Carlos Cabrera




Los Gatos de Santa Felicitas


La novela transcurre en dos ámbitos espaciales distintos y distantes: Barracas, barrio del sur de Buenos Aires y Puerto Sagunto, Valencia sobre el Mediterráneo; primer acierto de una historia que se deja llevar sola, sin altisonancias ni recursos literarios pomposos. El ámbito físico real, que encierra el espíritu de los hechos narrados, será la Iglesia de Santa Felicitas, frente a la Plaza Colombia, allí donde reinara en el siglo XIX una familia acaudalada, los Álzaga (vecinos de los Montes de Oca, Balcarce y otros terratenientes que ocupaban esa porción del Buenos Aires decimonónico). El narrador, cuyo nombre desconocemos, nos relata el drama de aquella familia y los secretos de un alma viva (Felicitas Guerrero) que perdura en el recinto de la iglesia. Para ello se sirve de un personaje incierto, Calixto y sus gatos. Un recurso imaginario para conocer el fondo de la historia. Sin embargo, ahora, todo transcurre en un año crucial para la Historia Argentina: 1978. Es un tiempo de incertidumbre y persecución ideológica, oculto detrás de un Mundial de Fútbol que nunca debió ser parte de la trama. De modo simultáneo, la autora construye una historia hecha de romanticismo entre el narrador y su enamorada; el segundo gran acierto de Dolores Estal Hernández, acompañar el fondo del relato segmentando otra línea argumental no menos fuerte y atractiva: Un idilio que cruza el mar y vincula dos parcelas en mundos tan parecidos como diferentes. Y es una realidad consecuente con los viajes de idas y vueltas, con los vaivenes bajo el cual existimos, con la pleamar y la marea baja, yendo y viniendo, dejando huellas y arrastrando marcas.

En Barracas se huele el aire porteño de Buenos Aires, sus costumbres, lugares, giros idiomáticos; en Puerto Sagunto, también. Si por un lado, el pebete de jamón y queso y el café con leche o la pizza con fainá y moscato recuerdan un mediodía cualquiera, allí o en el barrio contiguo de La Boca, en esos domingos de pasión y fútbol, por la otra cara, el chocolate con churros y la horchata nos hablan también de otro aire porteño a once mil kilómetros, el de Puerto Sagunto. Si por un lado se camina por el viejo barrio de Buenos Aires partiendo desde la Iglesia (incluso llegando hasta Caminito), en el otro se camina por El Carmen hasta la Catedral valenciana. La descripción siempre es sencilla y nos traslada para ubicarnos en el tiempo y en el espacio. Las coordenadas son precisas, tercer gran acierto. Dos mundos, dos horizontes, dos búsquedas.
Los ejes del relato no excluyen el fondo. Si en un ámbito se percibe la inseguridad oculta del pensamiento libre (aparecen citados La ESMA y el Vesubio, lugares de tortura y desaparición física) con la lucha callejera de las Madres de Plaza de Mayo, en el otro también deja lugar para la reflexión sobre los Altos Hornos y la lucha obrera: "Vienen malos tiempos para la siderurgia...la política industrial no augura nada bueno" (pág. 195).

"Los Gatos de Santa Felicitas", permite descubrir mundos nuevos: Quien lee desde Barracas descubre Puerto Sagunto; quien lee desde Puerto Sagunto descubre Barracas. La novela es un eco de emociones que van y vienen, es una ola pacífica que transcurre en polos opuestos y atraviesa el mar profundo. La autora, en todo momento también invita a reflexionar, al sueño profundo de los ideales, a rescatar lo que todavía vive y a no perder la orientación de nuestra propia estrella.
Doble motivo para involucrarme con la novela, por un lado, el mero y simple hecho de que transcurra en un viejo barrio donde he vivido, en un tiempo, aún, ajeno a las circunstancias de un mundo paralelo; por el otro, descubriendo la historia ibérica, sus costumbres terrenales y sus paisajes encerrados entre el mar y las sierras nevadas.
Dolores Estal Hernández irrumpe con su primera novela, con sencillez expresiva y altura literaria, con poco ruido y grandes méritos escondidos. Estáis invitados a disfrutar de su lectura. (Ediciones Amaranto Cultural, 2011).

Profesor Carlos Cabrera, Valencia 11 de febrero de 2012.
 

lunes, 27 de agosto de 2012

Reseña de F. Javier Illán Vivas

Los gatos de Santa Felicitas



Dolores Estal Hernández
Los gatos de Santa Felícitas.
Amaranto cultural, 2011

Hay que llegar al final de esta novela, la primera que publica Dolores Estal, para tener la certeza de que en ningún momento ha sido su intención “juzgar ni justificar unos acontecimientos vividos por una parte de la ciudadanía argentina durante los años de la Dictadura Militar”, confesión que puede constituir una de las sorpresas que aguardan al lector o lectora en cualquier rincón de las precedentes doscientas treinta páginas.
Una novela que tiene mucho de ausencias, pues una ausencia, la de su hermano Blas Estal, es el germen de conocer, en la distancia, la Iglesia de Santa Felicitas, en el barrio de Barracas, Buenos Aires, Argentina y, fijado el eje de la novela, a través de uno de los personajes, Rosita en concreto, unirlo con la costa mediterránea de España, allá donde vive la autora, que seguro nos espera para pasear por su amada Calderona mientras disfrutamos del paisaje y de sus aromas.
Pero una novela cuya trama transcurre durante el periodo de la Dictadura Militar- así escrito por ella, en mayúsculas- difícilmente puede dejar a un lado, en algún momento de la narración, las desapariciones de jóvenes, las torturas, las bolsas de plástico en la cabeza de las víctimas y, o mejor dicho, o cómo éstas eran arrojadas al mar desde aviones.
Y eso que Santa Felicitas es una Iglesia que atrae inopinadamente al joven protagonista, el mismo que nos narra la historia desde lo que ve y desde lo que cree ver cuando tiene experiencias místicas en el interior del templo. Allí, además de conocer a cientos de gatos, entabla amistad con Calixto, otro enigmático personaje seducido también por el lugar y lo que en él cree ver, o cree oír, y que el lector tendrá que descubrir a lo largo de la narración.
Dolores Estal ha tenido mucho cuidado en ocultarnos la identidad del joven narrador. Conoceremos a todos los personajes por su nombre, menos a él. A Mariela, su madre; a Mateo, la pareja de su madre, y cuyo anuncio de boda desatará confesiones inesperadas; a Juan, cuya desaparición y ausencia lo harán más dolorosamente presente; a Isabel, su hermana; a Rosita, su novia, enamorada tanto de su tierra española como de sus lazos argentinos; al citado Calixto... pero quien escribe esto se ha quedado con las ganas de conocer el nombre del protagonista y narrador.
Un joven que tiene muy presente que “en ocasiones somos nosotros mismos quienes generamos los prodigios con nuestra fuerza”, y en la novela hay mucho de esos prodigios personales hasta llegar a un final del que yo mismo me pregunta si es ¿inesperado?
 
Francisco Javier Illán Vivas