Barracas, Buenos Aires. Finales de los años setenta.
La
iglesia de Santa Felicitas ejerce un gran poder de seducción sobre el
joven que, de espaldas a la turbulenta realidad argentina de su tiempo,
intenta sobrevivir sin ser arrastrado por los acontecimientos. Para
ello, el amor y la distancia juegan un papel esencial, haciéndose ambos
elementos prioritarios y ocupando el espacio anteriormente dedicado a
una obsesión.
El arte se suma al escenario, convirtiéndose en el tercer componente de un tríptico que desembocará en un episodio inesperado.