Los Gatos de Santa Felicitas
La novela transcurre en dos ámbitos espaciales
distintos y distantes: Barracas, barrio del sur de Buenos Aires y Puerto
Sagunto, Valencia sobre el Mediterráneo; primer acierto de una historia que se
deja llevar sola, sin altisonancias ni recursos literarios pomposos. El ámbito
físico real, que encierra el espíritu de los hechos narrados, será la Iglesia de
Santa Felicitas, frente a la Plaza Colombia, allí donde reinara en el siglo XIX
una familia acaudalada, los Álzaga (vecinos de los Montes de Oca, Balcarce y
otros terratenientes que ocupaban esa porción del Buenos Aires decimonónico). El
narrador, cuyo nombre desconocemos, nos relata el drama de aquella familia y los
secretos de un alma viva (Felicitas Guerrero) que perdura en el recinto de la
iglesia. Para ello se sirve de un personaje incierto, Calixto y sus gatos. Un
recurso imaginario para conocer el fondo de la historia. Sin embargo, ahora,
todo transcurre en un año crucial para la Historia Argentina: 1978. Es un tiempo
de incertidumbre y persecución ideológica, oculto detrás de un Mundial de Fútbol
que nunca debió ser parte de la trama. De modo simultáneo, la autora construye
una historia hecha de romanticismo entre el narrador y su enamorada; el segundo
gran acierto de Dolores Estal Hernández, acompañar el fondo del relato
segmentando otra línea argumental no menos fuerte y atractiva: Un idilio que
cruza el mar y vincula dos parcelas en mundos tan parecidos como diferentes. Y
es una realidad consecuente con los viajes de idas y vueltas, con los vaivenes
bajo el cual existimos, con la pleamar y la marea baja, yendo y viniendo,
dejando huellas y arrastrando marcas.
En Barracas se huele el aire porteño de Buenos
Aires, sus costumbres, lugares, giros idiomáticos; en Puerto Sagunto, también.
Si por un lado, el pebete de jamón y queso y el café con leche o la pizza con
fainá y moscato recuerdan un mediodía cualquiera, allí o en el barrio contiguo
de La Boca, en esos domingos de pasión y fútbol, por la otra cara, el chocolate
con churros y la horchata nos hablan también de otro aire porteño a once mil
kilómetros, el de Puerto Sagunto. Si por un lado se camina por el viejo barrio
de Buenos Aires partiendo desde la Iglesia (incluso llegando hasta Caminito), en
el otro se camina por El Carmen hasta la Catedral valenciana. La descripción
siempre es sencilla y nos traslada para ubicarnos en el tiempo y en el espacio.
Las coordenadas son precisas, tercer gran acierto. Dos mundos, dos horizontes,
dos búsquedas.
Los ejes del relato no excluyen el fondo. Si en
un ámbito se percibe la inseguridad oculta del pensamiento libre (aparecen
citados La ESMA y el Vesubio, lugares de tortura y desaparición física) con la
lucha callejera de las Madres de Plaza de Mayo, en el otro también deja lugar
para la reflexión sobre los Altos Hornos y la lucha obrera: "Vienen malos
tiempos para la siderurgia...la política industrial no augura nada bueno"
(pág. 195).
"Los Gatos de Santa Felicitas", permite
descubrir mundos nuevos: Quien lee desde Barracas descubre Puerto Sagunto; quien
lee desde Puerto Sagunto descubre Barracas. La novela es un eco de emociones que
van y vienen, es una ola pacífica que transcurre en polos opuestos y atraviesa
el mar profundo. La autora, en todo momento también invita a reflexionar, al
sueño profundo de los ideales, a rescatar lo que todavía vive y a no perder la
orientación de nuestra propia estrella.
Doble motivo para involucrarme con la novela,
por un lado, el mero y simple hecho de que transcurra en un viejo barrio donde
he vivido, en un tiempo, aún, ajeno a las circunstancias de un mundo paralelo;
por el otro, descubriendo la historia ibérica, sus costumbres terrenales y sus
paisajes encerrados entre el mar y las sierras nevadas.
Dolores Estal Hernández irrumpe con su primera
novela, con sencillez expresiva y altura literaria, con poco ruido y grandes
méritos escondidos. Estáis invitados a disfrutar de su lectura. (Ediciones
Amaranto Cultural, 2011).
Profesor Carlos Cabrera, Valencia 11 de febrero
de 2012.