[…] Juan llegó a divisar a Margarita frente al parque Lezama; al levantar el brazo para que ella se percatara de que ya llegaba a la cita, alguien por detrás se lo agarró impidiendo que el gesto la alertara de su presencia. Dos patotas lo maniataron, lo introdujeron en un coche y le cubrieron la cabeza con un trapo negro.
Desde aquella tarde en que fue secuestrado, pasó por diferentes lugares y métodos. En primer lugar lo llevaron a la quinta, propiedad del Servicio Penitenciario. Allí conoció Juan el dolor. Primero fueron los golpes; después, la picana en la parrilla; las quemaduras… Al finalizar las sesiones de tortura, era llevado a un cubículo o cucha. En la cucha llegaba la humillación. Continuaba con los ojos vendados y maniatado, pero lo más humillante era sentir en su carne la cálida humedad de sus propios orines […]
(Fragmento, pág. 65)
Desde aquella tarde en que fue secuestrado, pasó por diferentes lugares y métodos. En primer lugar lo llevaron a la quinta, propiedad del Servicio Penitenciario. Allí conoció Juan el dolor. Primero fueron los golpes; después, la picana en la parrilla; las quemaduras… Al finalizar las sesiones de tortura, era llevado a un cubículo o cucha. En la cucha llegaba la humillación. Continuaba con los ojos vendados y maniatado, pero lo más humillante era sentir en su carne la cálida humedad de sus propios orines […]
(Fragmento, pág. 65)
Ilustración: Débora Tráchter.
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