martes, 18 de junio de 2013

Fragmento. Cap. XIX


En la actualidad: Castillo Romano con el Puerto de Sagunto al fondo.



[…] El ascenso hasta las murallas valió la pena. Desde allí, el mar se mostraba en toda su extensión y la población de El Puerto aparecía dando cobijo a la playa, como muestra de dos culturas diferentes compartiendo la misma tierra. A mi espalda las antiguas piedras y los campos que las rodeaban contrastaban con aquellas tres grandes moles que expelían el humo por sus bocas, y con las grúas que, empequeñecidas por la distancia, se divisaban junto al muelle, al lado de dos grandes mercantes que en aquel momento se encontraban anclados en espera de su carga.

—Aquel que se ve más pequeño, es el montacargas. Mi papá te llevará al interior de la fábrica y te enseñará los talleres y el lugar donde se transforma la materia que dio vida a mi Puerto.

Así, desde lo alto de la fortaleza romana, observando aquel mar azul y las formas grises elevándose hasta el cielo, mientras contemplaba las murallas y los verdes campos que alfombraban el terreno hasta donde la vista me alcanzaba y el aire se impregnaba de los susurros de antiguos amantes romanos, íberos, griegos, judíos y árabes, volví a sentir la rivalidad entre aquella tierra que ahora me hospedaba y mi tierra argentina al otro lado del mar. Y entonces, de nuevo, el temor a estar alejado de Rosita se apoderó de mí.[…]
 
Cap. XIX (Pág.185)
Fotografía: Ismael M.E

 

 

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